La presencia de las mujeres en la viña no es algo nuevo. Por muchos motivos y durante siglos ha permanecido a la sombra y oculta de la mirada y el reconocimiento. Fue siempre un mundo de hombres, al menos de la puerta de la bodega para dentro, porque la mujer sí formaba parte de la mano de obra que participaba en la vendimia. Incluso si heredaban una, como el resto de sus propiedades, estuvo sometida por ley al control del hombre (padre, esposo, etc.) hasta hace muy pocas décadas. La mujer no entraba a la bodega, —decían los bodegueros (y muchos se lo creían)-, porque si estaba con la menstruación durante la visita, el vino se estropeaba. Semejante creencia ha pervivido hasta fechas muy recientes entre los más viejos. Demos gracias que eso ha quedado atrás y hoy las mujeres trabajamos para que esa igualdad sea más real cada día.
En lo personal es un tema que me interesa mucho y desde hace un tiempo me dedico a descubrir vinos hechos por mujeres. En esta búsqueda por saber sobre ellas, donde están y que vinos hacen voy aprendiendo nuevas maneras de hablar del vino. A algunas las conocí en ferias, de otras caté sus vinos en algún winebar de Barcelona y a algunas las pude visitar me encanta conocer sus historias y su mirada sobre el vino.
En este recorrido he probado cosas únicas, han llegado a mí vinos sorprendentes y auténticos como el Arenas de Santyuste de Esmeralda Garcia, un Verdejo único de prensa directa que muestra como se expresa la variedad en estado puro, autóctona y sin filtrar. De un viñedo prefiloxérico con cepas de ciento cuarenta y doscientos años. Un vino que desencaja a cualquier persona acostumbrada a beber esta varieda. Por cierto, la Verdejo ha sido muy maltratada por los efectos de la industrialización y Esmeralda da vuelta la cosa y nos muestra la Verdejo auténtica, la del pueblo de Santiuste de San Juan Bautista en Segovia.
Otros dos vinos que me considero fan son Sassa y Flor de Maebe de Lucy Chilvers, Dos Orange de Xarelo con marcación con pieles que le aporta un hermoso color y una delicada sensación de rugosidad, que lo hace ideal para maridar con comida. Recuerda estos nombres para pedirlos en tu próxima salida o en alguna tienda.
Lucy Chilvers es una mujer libre y optimista que te encandila con su mirada. Nacida en Cambridge y después de años trabajando en restaurantes y colaborando en la gestión de cartas de vinos, decidió, volver a la escuela porque la elaboración del vino era su pasión, una decisión que la llevó a estudiar con éxito la licenciatura en viticultura y enología en la Plumpton College. Desde el 2020 vive en Sant Llorenç d’Hortons en Penedés y hace vino natural con variedades autóctonas.
Otra mujer que me inspira con sus vinos es Laurence Manya Krief, también conocida como YoYo, ella cultiva apenas 4 hectáreas de viñas (Uma) en Banyuls. Apodada como “la Reina del Sur” tiene una producción minúscula, y sus vinos son realmente difíciles de encontrar. Laurence proviene de una familia que trabajaba con la moda en París, pero después de un calvario de 10 años, como ella lo llama, decidió aventurarse en el negocio del vino. En una visita fortuita a Banyuls, se enamoró, y allí se quedó. Orgánico durante quince años, el Domaine Yoyo es un ejemplo del sentido común campesino, encaramado en terrazas frente al Mediterráneo. Compagina jóvenes garnachas y monastrells con viñas muy viejas de garnacha y cariñena. La negra, uno de mis vinos favoritos de Yoyo.
Todas estas viticultoras tienen algo en común y es que siguen un enfoque de vinificación natural, fermentando solo con levaduras nativas, y no agregan sulfitos ni ningún aditivo. Los vinos son jugosos, vibrantes y fluidos, con sabores directos e intensos que nunca se sienten pesados. Se necesita conexión con el paisaje y un gran talento para hacer vinos como estos. Una vez que los conozcas desearás vinos como este desde el primer sorbo. ¡Verás que podrías beber esto todos los días!
Recuerda que si quieres que te envíe la caja con tres vinos de mujeres viticultoras puedes acceder aquí.
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Sandra.